Yo, Ernesto.
Apurando la copa paseo por el despacho, sobre la mesa con su
silencio condenatorio por el abandono, la máquina de escribir. Aparto la vista
y me dirijo al ventanal, los albores me muestran, por última vez, el paisaje de Idaho. En el horizonte las
cimas ahora verdes, en las que rememoré las nieves del Kilimanjaro, las
coloridas laderas que me transportan a la alegre España, el lago por cuyas
orillas caminé esperando encontrar al viejo Santiago como allá en mi añorada
Cuba, los idílicos atardeceres del bello Paris…
Arrastrando los pies voy al recibidor, tomo asiento y dedico
unos segundos a evocar que amé, reí, vi los horrores de la guerra y mal que
bien sobreviví, mas los demonios siempre me acompañaron son más fuertes que
nunca. Agarro el arma, apoyo el frío cañón sobre la frente y aprieto el
gatillo.
Qué ironía, tras años
sin escribir hoy puse fin a mi mejor historia. Mi vida.
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