Completamente vestida me revuelvo a mirar al hombre que permanece
tumbado entre las sábanas revueltas y que con los ojos llenos de amor me
contempla ensimismado. Le sonrío cuando alarga una mano hacia mi, sin dudarlo
ni un instante me acerco a él y dejo que me envuelva en la calidez de su
abrazo, en el ardor del intenso beso que hace que mi piel se erice y todo mi
cuerpo palpite una vez más por el deseo, que apenas unos minutos antes ya ha
sido saciado.
Toda yo se muere por volver a hacer el amor con ese hombre que
tanto amo, por sentirme colmada una y otra vez, por permanecer arropada por sus
caricias y sus besos eternamente, por estallar en llamas con toda su pasión.
Con frustración me aparto de esa boca que ahora desciende por mi garganta
encendiendo cada centímetro de mí, me pongo en pie con un gruñido y aliso la
falda, enrollada a la cintura, de mi recatado vestido. Él me muestra su
desencanto frunciendo el ceño mas no dice una palabra, sabe que aunque con
desgana debo marcharme.
Bajo su atenta mirada me remiro al espejo, arreglo con los dedos
mi sencillo peinado y pinto mis labios con el tono rosado que tanto le gusta,
pongo unas gotas de perfume tras las orejas, tomo las llaves, el abrigo y mi
bolso, antes de salir me vuelvo hacia él que ya incorporado y mientras sube la
cremallera de sus pantalones, me regala una sonrisa que hace temblar mi
alma al
tiempo que se lleva las manos al corazón, sobre el que hace un par de meses se
hizo grabar mi nombre, y cierra el puño como señal que me pertenece. Yo también
sonrío con una muda despedida hasta el jueves siguiente y sin más
dilación salgo a toda velocidad del apartamento.
El aire frío del mes de Diciembre me golpea de lleno al salir a la
calle, me subo las solapas y me ajusto bien la bufanda, antes de enfundarme los
guantes ojeo el reloj de oro que descansa en mi muñeca —un regalo por mi décimo
aniversario de casada— son las 19:30, a sabiendas que ya no llego a tiempo echo
a correr acera arriba, esquivando a la gente que atiborra las calles y se
acumula frente a los escaparates enloquecidos con las últimas compras
navideñas. Sin hacer caso a la señora que me increpa por mis prisas, cruzo
entre los coches sin respetar el semáforo, lo que me acarrea algunos bocinazos
e insultos.
Casi sin resuello y con el sonido de mis tacones repiqueteando
sobre el pavimento doblo la esquina y enfilo la hilera de casas de la tranquila
zona donde habito. Me detengo y tomo aire una y otra vez hasta que me sosiego.
Con andares calmados rebusco entre mis cosas el manojo de llaves, elijo la
correcta y la meto en la cerradura de la coqueta puerta acristalada que preside
mi vivienda, entro y me despojo de las prendas que ya no son necesarias dentro
del calor del hogar. No se escucha nada, con suerte aún no habrá vuelto del
trabajo, quizá una reunión de última hora, o él tráfico lo tenga retenido en
algún atasco, en estas fechas todo el mundo coge el coche.
Con un suspiro de alivio enfilo las escaleras que me llevan al
dormitorio para cambiar mi bonito traje de amante, por uno más cómodo y
más acorde al del ama de casa que vuelvo a ser, cuando una fotografía llama mi
atención. Allí desde detrás del cristal mi familia me sonríe. Mi hija con su
impertérrito gesto de disgusto, mi hijo mostrando el dedo corazón y mi marido
me mira con esos enormes ojos azules que me enamoraron, paso un dedo por el
vidrio y exhalando levemente dejo a un lado la atávica imagen y continúo mi
ascensión, aún no he acabado de subir cuando la puerta se abre, me giro y allí
está él, el hombre con el que hace más de veinticinco años decidí compartir mi
vida.
Como cada día y con movimientos metódicos deja su maletín junto al
perchero, se saca el gabán y lo cuelga pulcramente, luego alisa la imaginaria
arruga hasta que queda perfecto, sólo entonces eleva la vista hacia mí. Lo
estudio con la cabeza ladeada y me doy cuenta lo predecible que es, lo
rutinaria en que se ha convertido nuestra vida. Desde hace décadas siempre es
lo mismo, la casa, los niños y esperar que regrese del trabajo para ponerle la
cena, ver la televisión en silencio y acostarnos dándonos la espalda hasta la
mañana siguiente y así día tras día, año a año.
Él continúa clavado en el mismo lugar, impecable con su traje de
marca, la corbata con el nudo perfecto y el cabello —ahora salpicado con
algunas hebras blancas— como recién peinado. Sí, a pesar de que ya no es el
jovencito impaciente y ambicioso que me cautivó sigue siendo muy guapo, quizá
mucho más que antes ahora que ha alcanzado una tranquila madurez.
Paseando sus añiles retinas por mi cuerpo castigado por la edad y
los partos, curva sus carnosos labios y tiende una mano hacia mí. Con las
rodillas temblando deshago lentamente el camino y voy a su lado. Con suavidad
me acaricia la mejilla con los nudillos antes de depositar un tierno beso en mi
frente.
—Hola amor —murmura con voz grave.
Yo no digo nada, aparto la vista de su cara y la clavo en la punta
de sus zapatos italianos último modelo. Enreda los dedos entre los míos y tira
de mí hacia el salón, sin más palabras entre ambos se sienta en el sillón de
piel oscura que tanto le gusta y me acomoda en su regazo. Con toda la
sensibilidad que siempre le ha caracterizado desliza la palma por mi espalda,
mientras con la otra mano aparta un mechón de pelo y lo coloca tras mi oreja,
antes de acariciarme con el pulgar el labio inferior.
—Que hermosa estás —susurra acercando su rostro al mío—, siempre
lo has sido, pero cada jueves pareces resplandecer.
Tragando saliva llevo mis trémulas falanges hacia las solapas de
la elegante chaqueta, y la deslizo por sus anchos hombros, él sin soltarme me
ayuda a deshacerme de ella, sigo con el nudo y tiro la corbata lejos. Ansioso
suelta los botones de mi vestido mientras yo ataco sin dilación la hebilla de
su cinturón y tiro de los faldones de la impoluta camisa, cuando siento su
aliento recorrer la columna de mi cuello y el calor de su piel en mis brazos
ahora libres de la tela que los aprisionaban.
—Cuanto te amo —musita regando de besos mi pecho—, eres mi luz, mi
vida, la única mujer que gobierna mi corazón.
—Lo sé —respondo con tono ronco por el deseo que va naciendo en
mi.
Con los ojos brillantes de lujuria, se incorpora y sin
contemplaciones me desnuda totalmente antes de tumbarse en el sillón y arrastrarme con él que, con mi colaboración, se ha liberado de todos sus
ropajes. Tocándome como si fuese de cristal y con toda la lentitud del mundo,
como otras tantas veces me hace suya.
—¿Eres feliz a mi lado? —demanda aún en mi interior.
—Sí —contesto mordiéndome los labios.
Se detiene un instante y en las profundidades de los celestes
lagos veo un intenso dolor, sé lo que está pensando y avergonzada aparto la
vista, pero me obliga a fijar la vista en él, a aguantarle la mirada.
—Lo siento tanto mi vida —sisea tomando mi cara entre las manos
elevando las caderas.
Cierro los párpados para no continuar viendo en sus orbes ahora
oscurecidos por la pasión el pesar que lo atormenta, el miedo a que un día diga
que no puedo más y lo abandone para siempre, ha estado tan cerca. Pero no puedo
hacerlo, sinceramente nunca he podido, cada día que me he sentido sola, triste
y lastimada he buscado una excusa para quedarme a su lado porque sé que me
quiere y yo…, yo lo amo.
Con los ojos empañados en lágrimas y mi cuerpo convulsionándose por el clímax dejo mi cabeza reposar sobre
su pecho sintiendo en el centro de mismo de mí ser todo el amor que me profesa
y me aferro a él con garras y dientes dando gracias por haber sabido poner la
chispa que faltaba en nuestra vida. No sé si fue él o fui yo, me da igual lo
único importante es que supimos encontrarla, lanzar lejos el aburrimiento y
volver a ser felices.
Acurrucada entre sus brazos deslizo mi mano por su tórax al tiempo
que mi boca besa mi propio nombre, un par de meses antes tatuado sobre su
acelerado corazón.
Uy que lindo relato el amor se hace cada día . A veces uno día pero se sigue en la lucha. Te mando un beso y te me cuidas mucho
ResponderEliminarGracias guapisima, es cierto hay que hacerlo día a día. Un beso grande para ti también. Cuídate.
EliminarMantener la llama viva es el secreto, aunque los años y la rutina lo pongan difícil. Cuando merece tanto la pena no hay que permitir que muera el amor, si hay que inventar fórmulas nuevas para mantener el deseo, que es esa parte tan importante en la relación, pues se inventan.
ResponderEliminarEs un relato sensual del que, a la vez, se desprende mucha ternura.
Un beso
Cuando hay amor del bueno se busca, se encuentra o como bien dices se inventa esa chispa. Me alegra que te haya gustado. Un beso grande.
EliminarEscribes genial!
ResponderEliminarAquí te dejo mi blog: http://libros-mundanos.blogspot.com.es/
Nos seguimos y leemos!
Muchas gracias y besitos:)
Gracias a ti. En breve me paso por tu blog. Un saludo.
EliminarMe ha gustado esta entrada. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Lobezna. Un beso.
EliminarUna historia de amor narrada con mucha sensibilidad.
ResponderEliminarEl giro final ha sido inesperado.
Abrazo.
Espero que te haya gustado, y ese era mi objetivo hacer creer lo que no era. Un abrazo.
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